Mi mejor amiga se
me fue, hace poco. Hace, exactamente, un par de semanas; hace tanto tiempo como
tiempo llevo yo extrañando mucho su andar cansino, sus refranes conocidos, su
preciada compañía de abuela.
Sin embargo, por
alguna razón peculiar, de entre todas esas cosas echo más de menos sus manos.
Tenía unas manos viejas y perfectas, torpes para los puzzles y hábiles para la calceta, que yo no podía parar de fotografiar y acariciar. Ella nunca me creía,
qué boba, cuando le decía lo mucho que me gustaban. Todo lo podía expresar
cuando la cogía las manos.
Ahora, toda esa
expresividad se ha ido con ella y no hay nadie ya con quien pueda reactivarla. No
es una idea que me atormente, pero ahí está. Puedo probar a vencer ese pudor que
sólo con ella vencía, hacer una carantoña a otra persona, decir un te quiero…
puedo intentarlo. Podría por ejemplo intentar suplir esas manos con las de
algún hombre que me regale un rato de sexo, y al que pueda, sin tener que dar
explicaciones trascendentales, tomarle de las manos y acariciárselas un rato a
modo de preliminares. Podría también tratar de encontrar las palabras que suplan lo que viene a decir todo ese tacto,
hacer que la expresión salga de otra forma, de mí, de una forma nueva y materializada que no necesite nunca jamás la gesticulación animal... Podría hacer todo eso, sí, pero supongo
que fracasaría.
Ella era una salida
a toda la expresividad que guardo dentro y ahora sólo me quedan las palabras,
si puedo.
Oh! Es tan triste perder a un abuelo o una abuela...
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