Viajeros con cama

sábado, 14 de enero de 2012

La vida vista en unas manos de abuela

Todas las capacidades del hombre degeneran, hasta la última de ellas: una tragedia común en la que, a veces, se cuelan excepciones estupendas. Mi abuela, a sus noventaypicos, es torpe ya en todos los movimientos. Por eso me llama mucho la atención verla hacer ganchillo. Hace un movimiento muy ligero (a fuerza de un número ya incalculable de repeticiones) de meñique enrolla-lana y clavado de aguja curva y enganche y giro y arrastrar cabo aquí y luego allá y como en truco mágico un gurruño de hilo es una pieza, todo en un parpadeo, y repetimos, y así hasta el infinito (o hasta la conclusión de la manta, de inspiración inca, idónea para siestas). Las manos de mi abuela, ahí, son más ágiles y espabiladas que las mías, que tardarían siglos en aprender a realizar todo ese ritual de anudados exquisitos (de hecho, voy sin rendirme por la segunda o tercera intentona de aprender). Y pienso, mientras miro: a la vejez la burlan otras fuerzas maravillosas, por ejemplo ésta: la de la sabiduría de la costumbre.
A veces, sin que se moleste o se entere, intento cámara en mano dejar fijo algo de esta magia entrañable, mientras hace ganchillo. Las fotos nunca me gustan por una razón: quietas, con esa quietud de fotografía, sus manos son sólo manos de vieja y no las otras manos en las que se convierten –de repente- al darle a la aguja y al hilo: en las de la muchachita que mi abuela debía ser cuando aprendió a hacer ganchillo, hace tanto tiempo, mirando atenta cómo lo hacía alguna otra persona.
Me dicen, mi abuela, que qué ganas tiene de acabar ya la manta. Le digo que mejor disfrute mientras la hace. Y me da la razón. Probadlo, si podéis: no hay nada mejor que enseñarle algo a un abuelo.
 

1 comentario:

  1. Esta vez enfocaste y capturaste con palabras lo que tu objetivo no llegó a entender.

    Genial y entrañable

    Saludos almendrados ;)

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