Viajeros con cama

lunes, 14 de noviembre de 2011

Hallazgos arqueológicos

El explorador en las catacumbas de Paracas encuentra, soterrado entre pedruscos, un envoltorio más grande que él mismo.
Es un paquete ahumado, sedoso. Lleno de geometría y bisutería inca, con  alfileres de oro de las pampas, la tela lindísima la debieron hacer a mano –deduce- mujeres de dedos monocromáticos, de gran maquinaria a base de palo y arácnido.
Ve el fardo tan ornamentado, tan lleno de bigotes felinos y pluma (y otras bellezas), que supone que allá dentro del gran envoltorio deben estar los tesoros mejor guardados de los hombres de las pirámides. Araña la corteza y abre la reliquia. A medida que va desarmando la seda, nuevas envolturas, y, a medida que las desmaraña, surgen otras pintadas maravillosas: trazos que recuerdan el trigo cuando es mucho, el vino cuando es bueno, el amor cuando es joven, y tantos y tantos indicadores encuentra -el emocionado explorador- de ese fuerte apego a la vida que sabe ya antes de llegar a la lámina última que lo que hay dentro de la reliquia va a hacer mucho, o quizá muchísimo, más dorada la suya.
Pero cuando la tela con tinta acaba de desandar sus espirales ceñidas, el explorador encuentra dentro sólo unos huesos y, adherida a ellos, algo de carne momificada. Entonces descubre que para que el hombre celebre la vida no hacen falta los tesoros y las felicidades, sino una cosa mucho más simple: recordar que la vida se tiene, mirando en la muerte de los otros. 

2 comentarios:

  1. me pregunto casi siempre si leer
    también es una forma de muerte
    y con leer hablo de lo grande, vos sabés a qué me refiero

    un abrazo

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  2. La muerte es un misterio que alimenta las ansias de seguir vivo... Reflexión en tus palabras, pensando en ella acabo de encontrar mi propio tesoro.

    Saludos almendrados ;)

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