Viajeros con cama

sábado, 5 de noviembre de 2011

Campañas-milagro

En cierto canal dedicado a la teletienda repiten un anuncio de un producto milagroso que aumenta la audición. Buscándole utilidades a la desesperada, los publicitarios tienen la buena idea de recrear en el spot una situación, digamos, “creíble”: un par de mujeres en una playa ven pasar a otra. Una, al verla, dice algo así como, qué cuerpazo, sería estupendo estar como ella. La jamona, que está ya lejos pero lleva el invento de la audición, lo oye y sonríe por el halago.
La situación, ficticia en todos los sentidos, infantiloide hasta la vergüenza ajena, hace a uno plantearse por dónde cae el mango del plumero que se les suele ver tanto a los publicistas. Pensamos que todo esto ha debido salir de una mente entrañablemente ingenua, con una inocente fe en la humanidad, convencida realmente de que la tendencia de dos mujeres en una playa es la de alabar los muslámenes de una tercera desconocida en lugar de, como haría el común de los mortales, despellejarla por su bikini, sus tobillos, su bronceado insuficiente o la marca que la esterilla le ha dejado en el culo. ¿Qué, no habéis estado en Torrevieja nunca, cerebritos creativos?
Lo curioso es que no es así: me apuesto algo. Los publicistas que han hecho este spot conocen de sobra la condición humana y ni ellos mismos podrían tragarse la historia que con tan buena fe nos han contado. La publicidad tiene un mecanismo peculiar: no necesita ser creíble; es un pacto, simplemente, entre ellos y nosotros, los que no hemos accedido al pacto; ellos intentan noquearnos con argumentos sabiendo que, total, tenemos que comprarles a ellos, o comprar a cualquier otro, pero tenemos que comprar a alguien para no acabar en una comunidad fabricando nuestra propia pasta de dientes.
Bueno. Pues así funcionan, con más o menos disimulo, las campañas electorales.
La política, que es otro pacto desigual, está llena al parecer de las mismas mentes bienintencionadas y marrulleras. Dicen lo que sería maravilloso oír. Aseguran que un hombre en el poder no abusaría de poder; que tal candidato hará lo posible por las clases bajas, etc., etc. Vamos, que dos envidiosas en la playa soltarán un halago en lugar de un lardo. Eso dicen. Costaba más verles el plumero que a los exagerados publicistas, hay que reconocerlo, pero, claro, “a alguien hay que votar”, hermanos. Y ahora, ¿qué se puede hacer para que dejen de vendernos estos productos bonitos y siempre, forzosamente, defectuosos? ¿Dejar de comprarles? ¿Comprar a terceros? Lo que sea, pero todos juntos, todos a una: es lo único que puede llevarnos a un cambio. De otro modo, personalmente, en las próximas elecciones ya sé dónde me veo: fabricando mi propia pasta de dientes. Me temo.

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