Viajeros con cama

viernes, 19 de noviembre de 2010

La fiesta del patriarca

Yo creo que no es que sea cabrón, el hombre. Que no, que no; ni tan siquiera creo que sea un desalmado, es decir, que se la sople la suerte de los que son inferiores a él. ¿Que nos putea?, pues joder, es verdad, no lo vamos a negar. Pero es que no lo hace por maldad, pienso yo, sino por algo distinto: es que está amargado. Y cuando uno está amargado, pues putea. Qué vamos a hacerle.
Lo de Dios es comprensible. Poneros en su lugar, y haríais de todo. Acabaríais coléricos exterminando a los hombres de hambre o de empacho aleatoriamente, atendiendo a vuestros diversos grados de mala hostia; lanzaríais piedras, pestes, sidas, telebasuras en horarios extensibles, y todo lo que se os ocurriera. Seguro.
¿Que no? Pensad en lo mal que le salió el negocio. Él llegó tan ilusionado. Allanó un terreno con el pie. Nos creó y nos puso encima. Tan feliz. Pobres pringados, pensaba. Me van a necesitar para todo. Y en un principio no se equivocó. Al principio se descojonaba, y normal: nos veía matar por comida, luchar a muerte con la temperatura, ver morir a nuestros padres, padecer dolor, etc. El tío, pues normal, se sentía el padrecito, el que aparta al tonto el dedo del fuego. Qué iba a hacer.
Pero luego nosotros fuimos cambiando. Que aprendiéramos a no matarnos fue una satisfacción para él. Y poco a poco se fue fijando, y vio que no estábamos tan mal. Comenzó a tener curiosidad por nuestros placeres, por nuestras felicidades; quiso saber qué se sentiría uno al abrigarse cuando hace frío (él no tenía ni abrigos, ni tenía frío), o al beber algo fresco, o al follar al modo suicida entre los abetos del bosque prohibido. Quería experimentar nuestra inquietud ante lo desconocido (que él no podía tener, porque lo conocía todo) y nuestra inseguridad ante lo imposible (él, el todopoderoso), y cómo todo eso estimulaba al hombre diminuto para hacerlo sentirse gigante. ¡Caray! Sentimientos que él no había creado: que los había creado el hombre.
Y se dio cuenta: nosotros éramos miserables porque padecíamos dolor, pero también sentíamos placer, y cuánto. Y él no podía. Era casitodopoderoso, pero no era capaz de embadurnarse de nuestro frenesí animal. Lo que pasó, es de cajón: pronto se empezó a sentir solo, ahí arriba; asqueado de haber dado origen a una fiesta cojonuda, y no poder jamás participar en ella. Lógico.
Así que, qué queréis que os diga. Lo suyo es normal. Yo también estaría hasta el culo de haber creado tantas cosas geniales y no poder catarlas y me vengaría de los agraciados de la única forma que pudiera: repartiendo desastres naturales a mansalva, fomentando extremismos y dictaduras y apareciéndome en los surcos de humedad para acojonar a los santurrones. Si hiciera falta.

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