Tuve unos vecinos actores. Llevaban años representando la misma obra teatral, en la que hacían de una pareja turbulenta.
Solían ensayar en la propia casa, de tarde en tarde, y en ocasiones especiales en la propia calle (coleccionando de forma espontánea puñados de curiosos y de aplausos). Nosotros habíamos dejado hacía tiempo de austarnos cuando percibíamos grandes broncas al otro lado del muro; del mismo modo, había desaparecido de nuestro organismo esa innata sesación de muelle hacia el teléfono de la policía cuando los gritos nacían de golpe y llenaban la tarde-noche.
Un día les escuché discutir a voces, y no me asuste. Al hablarse usaron sus verdaderos nombres, y no los de sus personajes teatrales, y eso me llamó la atención. Reincidieron en la torpeza, y me extrañé. Pero no hice nada.
Al día siguiente, ambos estaban desaparecidos. Uno estaba muerto, y el otro en búsqueda y captura. Tengo entendido que en la obra les suplieron dos novatos.
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