Viajeros con cama

miércoles, 6 de octubre de 2010

Fragmentos 1

Es verano, y es Madrid. Fusión perversa.
Son las calles de Malasaña envueltas de una rutina que yo llamo tragedia (cuando quiero sonar teatral, o bien aterrorizar a los niños... esos duendecillos comedores de paloduz).
Es el metro, es la jungla, es el diseño pictórico del carril-bici. Rincones de rejas, de duelos. Los Austrias existen más en el Prado que en la memoria. Nostalgia rural, villa de metrópolis. Piso relojes y calendarios, fotografías antiguas y placas conmemorativas; las formas de enumerar, de señalizar el precioso presente que se nos escurre, son infinitas... (no tanto esta tarde de ámbar, que muere, como un chotis). 
Es una tienda de chinos. Productos que se decoloran en pasillo de descripción eterna, como de película de terror bizarro. Dos cervezas. Dos euros. Los carteles anti pegajosos marcan estampas que matarían de placer a los fotógrafos del desnudo.
El fotógrafo muere de placer, en efecto. La ruta callejera. La interrumpen celestiales cuchitriles de vinilos y estampas. Paredes artísticas, colores, que palpo, como un ciego. Promesas de hachís y de tallarines fritos. Es el mundo de los detalles. De las bellezas, de las fealdades. Es el jodido escenario perfecto para que le estalle a uno algo en el pecho.
Es Madrid; es el tráfico inmundo; todos los males necesarios; es el adoquinado. Me han dicho que hay flechas a spray dibujadas por todo el centro. Si las encuentras y las sigues, esquivando caminantes, sorteando taxis con bandera, te lleva a los lugares escondidos. Nadie puede ni imaginar que exista un lugar escondido, aquí en Madrid (¡mundo de faunas y vermut y arquitectura palacial manierista y graffittis y lotería, mundo del esperpento!), y por eso mismo todos caminan siempre gachos.
Es el olor a fruta, a un rincón antiguo como un abuelo, a pesetas (¿tenían olor las pesetas?, pregunto. Y Sabina se pronuncia al respecto).
Es (o era) un hombre que, con luz en los pasos, caminó conmigo todas aquellas rutas postmedievales y luego se deslizó al pasado. Más bien, es sólo su recuerdo. Más bien, no es uno: son muchos hombres, es un hombre distinto para cada rincón de Madrid, todos ellos con luz en los pasos (y el tiempo los hace a todos tan hermosos como la ciudad, como el Rastro llovido, como Debod como Galatea, bajo mis suelas).
Es un eructo alcohólico, es una frase épica incrustada en una pared. Es un reducto de los topos negros de las cloacas, los que buscan la luz y la belleza y el galimatías de Bukowski. Es un neón en un charco, hot girls! parpadeante, hombres que se corren en las marismas sin final de la noche finita. Collages, “vendo oro”, golpes del sereno, golpes del madero. Otro mundo, otro verso, paralelo al mío. Es una catarata de versos, paralelos, que se deslizan por el asfalto buscando flechas a spray (buscándolas – soñándolas – pintándolas finalmente).
Es el tiempo en el que he abandonado el tiempo. El tiempo quedó en algún momento clavado aquí, en Madrid, y yo lo pisoteo, poderosa, ¡como Cronos! Es el momento y el espacio de todos los héroes, de mí misma entre ellos. (Yo, que vencí el miedo cuando perdí las alas volando por el Retiro, porque apenas me di cuenta de que las había perdido, y seguí volando).

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