Viajeros con cama

sábado, 9 de octubre de 2010

El peligroso arte de premiar

Liu Xiaobo. Clarin.com
Para un sector de la población, le han dado el Nobel de la Paz a un chino, de tantos que hay (que hay muchos). Para otro, a un desconocido (y menos fotogénico que Obama, qué duda cabe). Para otro, a un delincuente, y para los más académicos, a Liu Xiaobo, activista de gran y turbulenta carrera de disidencia con el gobierno chino. En la propia China, creo que aún no tienen ni idea de quién es el galardonado.
Un hombre que cumple once años tras un juicio sin garantías, por una supuesta “subversión al poder del estado”. Efectivamente: el último sector de la población opina que se lo han dado a un héroe. Me parece bien, el premio. De algún modo, que la opinión internacional otorgue de forma simbólica la razón absoluta a alguien que en su propio país es vapuleado es una lección poética para los vapuleadores. Las lecciones poéticas, cuando son justas, son cojonudas. (Y molestas, también: China intenta censurar la noticia dentro de sus fronteras; tan comprensible como cutre).
Pero claro, eso de los premios es tan subjetivo como las listas de mejor guitarrista que se marca la Rolling Stone. Y, a veces, cabrean igual. Todos conocemos las preferencias. Ya sabemos que nacer en los Estados Unidos aporta una sospechosa tendencia pacifista al individuo. O en Francia, o en Inglaterra. Al menos, eso deben pensar los de la academia. Lo de los presidentes siempre ha levantado cabreos; mira que darle a Kissinger el Nobel… Si Allende supiera… Está claro que, quizá por la norma que prohíbe el premio póstumo, el jurado se pasa a veces de prematuro (y luego, le sale la vena maligna al premiado de turno, y pasa lo que pasa, la credibilidad al carajo).
La Historia nos cuenta cómo calan a cada rato unos criterios cambiantes, evolucionantes, que antes premiaban a los mandatarios. En el principio de los tiempos del Nobel, unos pasos más cerca del mundo medieval de lo que estamos nosotros mismos, debía pensarse que sólo los altos cargos de los grandes países podían crear una diferencia; más tarde, aproximándose más al presente, notaron los noruegos que también la gente de a pie, los activistas, los luchadores, hacían sus cositas (a señalar, Rigoberta Menchú, San Suu Kyi, Wangari Mathaai o Shirin Ebadi… Mira, parece que también pasó de moda la primermundofilia).
Pero bueno. Para ser justos, y porque ponerse en contra de todo es muy fácil y muy odioso, hay que dale al Nobel de la Paz y a todo premio similar el mérito de la intención. De sacar en ocasiones a la luz historias de luchadores escondidas. Pero con eso no hay que olvidar que hay tantos héroes anónimos que nunca, ni en un milenio de certámenes, se puede hacer justicia. 
Es buena la polémica con el disidente chino, la que se está armando allá, el desafío al poder. Y a fin de cuentas, es inevitable. La polémica no puede separarse del galardón de la Paz. No somos tan objetivos.

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