Pasar las navidades como un inmigrante, como uno de esos 300.000 jóvenes que han salido de España en los últimos años,
puede ser toda una experiencia. En mi caso, una experiencia nueva. Soy
la primera en mi familia que sale del país, desde algún tíoabuelo huido a
Alemania en los 60; estoy en el sur de Inglaterra, el lugar al que
seguimos viniendo los que aún no nos hemos aventurado a decantarnos por
las cada vez más solicitadas Suramérica o Asia. En la tienda en la que
trabajo desde hace más de medio año, llevada por paquistaníes, han
decidido no dar a nadie vacaciones en Navidad; cierran el único día –el
veinticinco- que la ley les obliga.
(Sigue aquí).
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