Cuando era niño, vio a su perro ahogarse en un pequeño pantano. Desde entonces, la palabra pantano fue demasiado terrorífica, y llamó a los pantanos “espejos”.
Cuando creció, le habló a su hijo de un espejo oculto en el bosque, en el que vivían criaturas submarinas y algas gigantescas.
El niño no lo encontró nunca. Se volvió para él algo mítico y terrorífico. Desde entonces, llamó a los espejos “ventanas”.
Cuando su propio hijo era grande, le pidió, un día de preparativos para una fiesta, que le aproximara una ventana para mirarse.
El niño se sintió culpable por no poder desplazar apenas un centímetro el marco claveteado. La culpa se solidificó en aquel objeto estático. Desde entonces, llamó a las ventanas “bañeras”.
Cuando creció, quiso sorprender a su hijo y le dijo que mirara bien dentro de la bañera, y vería un molino.
El niño nunca encontró el molino, y ya nunca se atrevió a buscarlo, y desde entonces llamó a las bañeras “pantanos”.
Cuando su propio hijo era grande, le compró un perro. Un día le dijo que debería aprender a bañarlo, y que lo metiera dentro del pantano.
blogger me ha borrado tu comentario, de todas formas muchas gracias por pasarte e incluso por disfrutar con la cabeza del muerto.
ResponderEliminarun saludo vertiginoso
Espero que el corazón con el que te vas después de leerme sea mejor que con el que llegas antes de hacerlo ;)
ResponderEliminarUn saludo!
buenisimo, con acento en la primera i. gracias la visita.
ResponderEliminarEsto me recuerda cosas que he estudiado en Psicología...jejee
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