Viajeros con cama

sábado, 26 de marzo de 2011

Tele y realidad


El mundo real puede tocarse aún con una pantalla entre medias, dicen. Bueno, lo he probado. He presenciado cómo una niña salvaje amenazaba a su madre mientras abofeteaba a su abuelo. He visto a cuatro hijos de marqueses despilfarradores de fortunas mensuales y emuladores de Paris Hilton ser abducidos y sometidos a pruebas inhumanas, como hacer camas o fregar platos. Me he paseado por comedores sociales, por mercadillos de falacias, por suburbios del crack, y allí he degustado sus tragedias de cerca. He visto una operación quirúrgica extrema de un hombre deforme con una madre propicia a la lágrima, paso a paso, sangre a sangre. Todo seguido.
Se me ha debido quedar cara de Ginsberg cuando echó un ojo a las mentes de su generación. Podría incluso lanzar otro aullido, creo (y más largo, que ya es decir).
Después de esta sobredosis de telerrealidad, ¿qué queda de real? ¿He charlado con los personajes, he pisado los comedores, he compartido las lágrimas? Soy otra persona, o no, o soy la misma un poco más reblandecida, o más embrutecida, porque lo que se traga sin masticar embrutece (que no endurece).
Pero, carajo, ¿hay que criticarlo todo? A fin de cuentas ellos me han traído sin cobrarme más que mi tiempo una historia real, lo más cerca posible. Si eso no me vale, por teoría, de qué me vale Ken Loach. He estado allí. He charlado con los personajes, he pisado los comedores, he compartido las lágrimas y los bancos de espera de los hospitales. Se puede decir que son nuevas experiencias vitales, sí, aunque estén comprimidas y recetadas en cápsulas, inyectadas de forma que el culo no necesite introducir un palmo entre sí y el asiento, y que las intensidades se suavicen. Todo muy fast-food y muy Telecinco y muy occidental, qué quieres.
Pero, por extraño que resulte, cuanto más veo esta supuesta realidad más lejos me siento del mundo. Más artificial me resulta todo, y más me contagio, y más cambio los libros por e-books, los conocidos por caras pixeladas, los paseos en bici por partidas de billar virtual y las charlas por conversaciones de facebook-chat. Más lejano y atractivo me resulta, en cambio, la locura de liar un petate e irme a conocer en persona a los mismos gitanos, a los pijos, a los rebuscadores de basuras, a los terminales y a los locos que salen en mi pantalla. Pero al final suelo acabar tirando por el mando, que es la realidad cómoda. Como casitodos.

http://medioambientesimbolico.blogspot.com/2010/11/la-tele-en-la-pared.html (interesante recopilación de graffitis anti-televisivos).

4 comentarios:

  1. Que no nos embargue la puta cómoda realidad

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  2. La televisión es un profiláctico de la realidad. Y no, no sale gratis, es nuestro tiempo y en ello va su beneficio. Por eso los anuncios valen millones, cada segundo una millonada, cada programa "de opinión" o noticiero es propaganda. Regalamos dinero/tiempo o nos lo quitan.

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  3. Yo mandaria a rebuscar basuras a todos los que se enriquecen a costa de aquellos que por ignorancia prestan sus historias a esa realidad televisiva y televisada.

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  4. la tele en sí no es mala.
    pero es que siempre que la veo, me creo que me están engañando. paranoia, debe ser...

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