Viajeros con cama

sábado, 4 de diciembre de 2010

Evolución de los suelos mojados

fotografía: diana moreno
Otoño: Las ramas de los árboles, esas criaturas de termómetro alterado que se abrigan con la solana del verano y se ponen eróticas en invierno, han decidido iniciar ya el erotismo. Octubre envejece. Me encuentro aquí atrapada en el cuarto de hora terráqueo más melancólico, romántico, existencialista, jodeanginas, pelinovelesco... Es el tiempo en el que suelo tener ganas de empezar una novela, y no la empiezo. Como un ritual.
Avanzamos. Invierno: Las calles se vacían de hojas, de huellas, de seres vivos. La estepa es eterna; los débiles mueren rodeados de indiferencia; el frío hace la carne más dura. No me importa la nieve, ni me importa la lluvia. Hay narices coloradas y cristales con escarcha, sí, y refugios olorosos a comida china y humo, ajá… Hay incluso fantasmas desnudos dentro de pieles ficticias, que me miran al paso, que me aman, que deberían hacerme feliz. Pero yo, en mi viaje del otro lado de las estaciones, rastreo las paredes vacías buscando las pintadas de Banksy. Y echando de menos. La ciudad es silenciosa y vibrante; lo cambiará quizás el siguiente giro terráqueo. Como un ritual, igualmente.

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