Mientras observábamos el mundo de los hombres íbamos notando que estaba lleno de detalles curiosos, a veces desconcertantes.
Algunos de sus integrantes eran menos desarrollados, más expresivos y de curiosa preferencia por los colores chillones. Estos individuos, a los que solían llamar niños, tenían una garganta aún a medio desarrollar, y eso provocaba que el tono de su voz fuera agudo y chirriante como el de un grillo. Tal detalle (que lógicamente podía resultar ridículo, e incluso levantar una carcajada o una mueca de repugnancia) era por completo ignorado, nunca comentado, como si los hombres lo encontraran coherente u ordinario. De ese modo un adulto podía charlar con un niño sin mostrar el mínimo gesto de perplejidad.
Ese día apuntamos en nuestro cuaderno un término nuevo, a investigar: la costumbre.
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