Tu
cuerpo, cuando me lo regalas,
es una ciudad
electrizada.
Entro en ella por tus yagas.
Alcanzo las riendas de tus campanarios.
Y ríes.
Yo pienso:
por más que te escondas el corazón,
voy a acabar mordiéndolo
(o a desdentarme
en el intento).
No hay comentarios:
Publicar un comentario