Viajeros con cama

domingo, 18 de diciembre de 2011

Un cuento sobre la ceguera


La chica que nació ciega recupera totalmente la visión. Es la época de las técnicas científicas, la cirugía ocular y los experimentos con células madre y todo esto le permite acceder, después de muchos años sin conocerlo, a un mundo donde de repente existen el día y la noche.
De primeras, la luz le parece una picazón de demasiado volumen; la oscuridad, un obstáculo brumoso que estimula las melancolías.
Al principio, a la chica le cuesta aprender a distinguir las cosas como las distingue un vidente. A veces ve una pelota y no recuerda muy bien qué forma era ésa, y tiene que mirarla mucho, y acaba acercándose y tocándola y dice, ah sí, joder, esto era un círculo. Así ocurre con los vasos y los libros y, con muchísimos más matices, con los rostros humanos. Logra por fin poner en el mapa de lo existente a seres inexplicables como las hormigas y su primo, el mudo.
Sin embargo, a pesar de las mejorías y la gran dimensión de placeres que alcanza el cine cuando le pones la imagen, a ratos la chica que nació ciega llega a obtusas conclusiones como la de que el hombre siente a pedazos. Desde su perspectiva de recién llegada hay cosas que no comprende. No entiende esa manía tan rara, que entorpece tanto, de diferenciar los botes de especias del cajón de las especias mediante esa rústica etiqueta donde unas letras –"albahaca", "comino", "canela"- suplen a los matices diferenciadores del aroma y, a veces (se sorprende ella, torpe de explicaderas), acaba siendo la palabra que explica el olor mucho más distintiva que el propio olor.
Pero, en fin, a todo se va uno acostumbrando. Y, hasta que lo consigue, la chica que nació ciega hace, cada vez con menos frecuencia, algunas cosas que los parientes futuros contarán como anécdota llamativa cuando salga en charla su historia.
Por ejemplo, cuando está sola en su casa y no consigue orientarse dentro de esa terrible masa de formas y colores, a veces la chica que nació ciega busca a tientas un pañuelo y se lo ata en la nuca. Así, a ojo vendado, camina un rato por los pasillos hasta que ya consigue orientarse del todo y puede ya tranquilizarse y desatar el nudo y regresar al mundo perfecto e ineludible de la luz. 

2 comentarios:

  1. Cerrare lo ojos para leerte de nuevo...

    Saludos almendrados ;)

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  2. Excelente!! Asi ha de ser la triste vida de una ciega. Un placer leerte, te sigo. Regreso pronto!


    Merry Kisimusi!!

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