La vida de los hombres es totalmente insegura. Digamos que se mueven en un espacio muy movedizo ubicado entre el pasado (esa cosa que se puede confundir con los sueños y las películas a medio recordar) y un futuro que queda absolutamente invisible desde su poco estratégico ángulo de visión. A veces nos preguntamos cómo se puede vivir sumido en esas tinieblas, esa absoluta ignorancia hacia lo que va a suceder apenas un segundo después del segundo en que se vive. ¿Cómo no sentir miedo, cómo no temer los tropiezos constantes que, de hecho, se dan a puñados? ¿Cómo invertir en bolsa; cómo lanzar un anzuelo al mar; cómo entrarle a un tío en un garito… sin saber en absoluto qué ocurrirá? Los hombres, acostumbrados a una vida de calamidades, aceptan ésta sin cuestionársela, y consienten los tropiezos argumentando -¡qué tierno!- que “se aprende de ellos”.
Nosotros, los estudiosos, hacemos el experimento. Cuando les damos a los hombres el conocimiento total sobre el futuro sucede algo asombroso: primero, se ilusionan y hurgan en sus sucesos venideros; luego, se paralizan. Anotamos en los cuadernos un ejemplo llamativo: el caso de los estudiantes. Cuando le dijimos a un estudiante, “este examen lo aprobarás”, se puso contento y dejó de estudiar. Cuando le dijimos, “este examen lo suspenderás”, le leyó la cartilla a los demonios y dejó de estudiar. En cualquiera de los dos casos ya no necesitaba estudiar más porque sabía lo que ocurriría a ciencia cierta, y si anteriormente tenía esa curiosa manía de estudiar era, sin más, gracias a la incertidumbre.
La incertidumbre era, entonces, una especie de motor, de punzada en el culo. De modo que devolvimos la incertidumbre a los humanos y rellenamos nuestros cuadernos con nuevas realidades: que el desconcierto es necesario. Que lo resbaladizo ayuda a andar. Que se necesitan unas pocas tinieblas por aquí y otras pocas para allá para mantener la curiosidad y el deseo de, simplemente, seguir andando.
Mmm, bien pensado, me gusta, sí.
ResponderEliminarFdo: Alba Flores Robla.