Viajeros con cama

miércoles, 10 de agosto de 2011

Orígenes 5: El origen del dinero


En tiempos de trueques y mercados físicos, se resolvió la dificultad que había en que alguien tuviera lo que tú deseabas y deseara lo que tú tuvieras con un enredo simple de los intercambios. Uno cambiaba tal especia por tal metal, y volvía a cambiar tal metal por tal cadáver animal, y así el número necesario de veces hasta obtener aquello que uno quería mediante un perfecto entresijo comercial.
Ocurría que, cuando un elemento se hacía más presente que el resto, se volvía referencia o, lo que es lo mismo, se convertía en dinero.
Tenemos pruebas de que en las sociedades primitivas esto se volvió común. Y también sabemos que, dependiendo de la sociedad, había una u otra medida, y, dependiendo del dinero, existía una u otra relación entre comerciantes y entre hombres.
Así, un grupo de hombres habituados a los huracanes e inmersos en la cultura de la reparación acabaron utilizando los clavos como medida de intercambio.
Pero generalmente se valoraba más aquello que pillaba lejos. Se sabe que en las tierras lejanas al mar las conchas huecas se volvían moneda, y en las tierras costeras se volvían moneda las rocas montañesas. Las tierras desérticas valoraban los elementos aliviadores: los crustáceos, las piedras de playa, las espinas de pescado; todo lo que recordara, de algún modo, que el paraíso existía aunque fuera lejos.
Los hombres religiosos monetizaron los emblemas. Los hombres vanidosos comercializaron con espejos.
Los individuos enseñados a la destrucción hicieron de su medida las rocas afiladoras de puñales, y una vieja estirpe de vividores ideó un material monetario que se disolvía con el tiempo y la lluvia y que, gracias a aquel simpático mecanismo, dejaba al hombre libre tras una breve condena.

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